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Desde la Ilustración se afirma que fue el Concilio de Trento el que por fin reconoció que la mujer tenía alma, cosa que no se llegó a afirmar en la Edad Media. La mismísima Simone de Beauvoir llegó a más, y afirmó que la Ilustración quitó definitivamente el polvo de la caspa eclesiástica, que había condenado a la mujer al nivel de los animales desde los orígenes del cristianismo.
La historiadora Regine Pernaud, respondió cumplidamente a estos infundíos en muchos de sus libros. Recogemos algunos de sus argumentos más conocidos.
“¡Así pues, durante siglos se habría bautizado, confesado y admitido a la eucaristía a seres sin alma! En ese caso, ¿por qué no a los animales? Qué extraño, que los primeros mártires venerados como santos hayan sido mujeres, y no hombres: Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Ágata y tantas otras. Triste, verdaderamente, que Santa Blandina o Santa Genoveva hayan carecido de almas inmortales. Sorprendente, que en una de las más antiguas pinturas de las catacumbas (en el cementerio de Priscila) se haya representado precisamente a La Virgen con el Niño, bien señalada por la estrella y el profeta Isaías”.
“En fin, ¿a quién creer, a los que reprochan precisamente a la Iglesia medieval el culto de la Virgen María o a los que estiman que la Virgen era entonces considerada como una criatura sin alma? Sin detenernos más en estas monsergas, recordaremos aquí que ciertas mujeres… procedentes de todas las clases sociales… gozaban en la Iglesia, y a causa de su función en la Iglesia, de un extraordinario poder en la Edad Media. Ciertas abadesas eran señoras feudales cuyo poder se respetaba al igual que el de los demás señores; algunas tenían derecho a portar báculo como los obispos; y con frecuencia administraban vastos territorios con aldeas y parroquias…”
Pernaud recuerda el inicio de la confusión y el posterior ensañamiento:
“Gregorio de Tours, en su Historia de los francos recuerda que, en el Sínodo de Macón de 486, uno de los prelados observó “que no debía incluirse a las mujeres en la denominación de hombres”, dando a la palabra homo el sentido restrictivo del vocablo latino vir [varón]. Añade que, citando las Sagradas Escrituras, “los argumentos de los obispos le hicieron abandonar” esa falsa interpretación, lo que “puso fin a la discusión”. Pero los autores de la Gran Enciclopedia del siglo XVIII iban a explotar este incidente insignificante (ni siquiera mencionado en los cánones del Concilio) para dar a entender que se negaba la naturaleza humana a la mujer…”
Agustín Guzmán del Buey